EL LADO BUENO DE LA CRISIS

El planteamiento de la nueva pieza de Jordi Casanovas (1978) no puede ser más oportuno. La ruïna es el futuro inmediato, es la crisis en las calles, con los bancos cerrando sus puertas y la gente sisando lo que puede, desfalcos incluidos. Su acción tiene lugar en el piso de una abuela que ahora ocupan sus nietas, la una porque vive allí con el novio, la otra porque aparece cada dos por tres. También hay amigos y vecinos. En total, siete personajes que entran, salen, van y vuelven, y no siempre por donde uno se espera. Y es que La ruïna juega con las coordenadas espacio y tiempo sorprendiendo al espectador con efectos muy propios del director artístico de la sala en la que se exhibe, Javier Daulte.

El montaje arranca con una escena que enlaza directamente con la trilogía hardcore basada en el mundo de los videojuegos (Tetris, Wolfenstein y City/Simcity) con la que Casanovas se dio a conocer como joven promesa de la dramaturgia catalana y por la que obtuvo el Premio Revelación de la Crítica la temporada pasada: chico y chica amigos, cada uno pulsando compulsivamente un mando que los conecta a una pantalla y los aísla de la realidad. Onanismo en pareja virtual y simultáneo que da paso al planteamiento del que hablaba. De la apatía a la aventura. Como dice una de las protagonistas, una muerte transforma un día normal en especial. No muere nadie pero los cajeros ya no dan dinero: suficiente como para que uno se olvide de las tonterías del día a día. La situación de crisis es llevada al extremo, pero la obra no habla de economía, sino de sueños, de posibilidades desaprovechadas, de lo que es la felicidad, incluso parece darnos la fórmula para garantizar el éxito de una relación de pareja. A todo esto, lo inverosímil se ha instalado en la trama con toda naturalidad, ésta da un par de giros y acaba en pirueta final (pelín previsible) y moraleja en positivo.

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